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Inteligencia Emocional

Inteligencia Emocional

El coeficiente intelectual (CI) popularmente es sinónimo de inteligencia. Sin embargo hay estudios muestran que la capacidad cognitiva que mide el CI solamente aporta el 20 % de lo necesario para el éxito en la vida. El resto tiene que ver con las habilidades emocionales que usted sea capaz de desarrollar frente a cada situación. La inteligencia emocional es la capacidad de ser consciente de sus propias reacciones involuntarias a nivel emocional así como de gestionarlas adecuadamente antes de que “secuestren” su cerebro. Adquirir consciencia y control de sus propias reacciones emocionales mejorará todos los aspectos de su vida.

La inteligencia emocional es la comunicación entre la mente racional y la mente emocional.

Se suele asociar la inteligencia con el resultado de una prueba psicométrica para medir el coeficiente intelectual (CI) de una persona. La prueba fue creada por el psicólogo Lewis Terman durante la Primera Guerra Mundial; su objetivo era clasificar la capacidad de dos millones de varones estadounidenses para resolver problemas de tipo lógico-matemático y verbal. Este tipo de capacidades están asociadas al logro académico y al éxito profesional, y son lo que la gente asocia con una persona “inteligente”. Sin embargo, una persona con una mente racional asombrosa puede truncar su potencial si su mente emocional no se encuentra en equilibrio.

El modelo de la inteligencia racional y la importancia otorgada al CI ha llegado a confundirse completamente con el concepto mismo de inteligencia, lo cual es inexacto. Aunque es importante, el CI solamente da cuenta de un 20 % de los factores asociados con el éxito en la vida, mientras que el 80 % restante se compone de habilidades emocionales como la motivación, el autocontrol emocional y la empatía.

“Nuestros sentimientos más intensos son reacciones involuntarias y nosotros no podemos decidir cuándo tendrán lugar”.

El modelo de inteligencia emocional de Goleman establece la importancia de equilibrar la mente racional y la mente emocional para alcanzar el pleno potencial en todos los ámbitos de la vida. En ese sentido, la inteligencia emocional se entiende como la capacidad de discernir y expresar apropiadamente las emociones que usted experimenta; el objetivo no es expresar ni reprimir todas las emociones, sino buscar la expresión más sana de estas según el contexto.

La inteligencia de una persona es mucho más amplia que su coeficiente intelectual.

El psicólogo Howard Gardner ha propuesto un modelo plural de la inteligencia individual y social, en la cual se toman en cuenta aspectos de la vida mental que no se reducen a las capacidades académicas asociadas al CI. Para Gardner, existirían al menos siete variedades de inteligencia:

La emoción es el movimiento metafórico entre un estado de ánimo y otro.

Gardner reconoció que su propio modelo de la inteligencia plural es producto de las ciencias cognitivas en las que él mismo se formó. Este modelo sigue enfatizando los aspectos “intelectuales” o cognitivos de la mente, a pesar de que en entrevistas posteriores Gardner reconoció que su teoría de la inteligencia en realidad es un modelo de cómo hacer inteligibles las emociones que atraviesan la relación de una persona consigo misma y con las demás. En otras palabras, prácticamente cualquier proceso mental, incluso aquellos que parecen más abstractos y analíticos, involucran la capacidad de reconocer y regular las propias emociones.

A pesar de sus limitaciones, a partir de la publicación del estudio de las inteligencias plurales los científicos consideraron nuevos tipos de inteligencias, como la colectiva y la emocional. La palabra emoción proviene del latín emotio, que significa mover o trasladar. De ese modo, la emoción se entiende como un movimiento o modificación en los sentimientos de una persona. Las emociones son sus pensamientos, sentimientos, estados biológicos y psicológicos, así como las tendencias a la acción que caracterizan su comportamiento.

“En realidad, existen más sutilezas en la emoción que palabras para describirlas”.

En campos como la psicología o la antropología, la emoción se clasifica mediante familias o dimensiones que agrupan sensaciones similares. Así, por ejemplo, la dimensión del amor engloba la aceptación, la confianza, la adoración y el enamoramiento, mientras la dimensión de la vergüenza incluye la culpa, el remordimiento y la aflicción. Las familias y espectros de la emoción son prácticamente innumerables, y su experiencia subjetiva es única para cada persona.

 

La realidad simbólica comunica la mente emocional con la mente racional.

Los psicólogos Paul Ekman y Seymour Epstein desarrollaron de manera independiente modelos que distinguen las emociones de otros ámbitos de la vida mental humana. Para Ekman, la emoción es una ventaja evolutiva que permite que el organismo se movilice al encontrarse en peligro, buscando preservarse a sí mismo. Según este modelo, los cambios en la expresión emocional se reflejan prácticamente de inmediato en la musculatura facial de las personas que la experimentan. Frente a una emoción intensa, el cuerpo reacciona alterando el flujo sanguíneo y el ritmo cardiaco durante unos segundos; cuando el sentimiento perdura durante minutos u horas, se dice que lo hace de forma “muda”, como un estado de ánimo.

A pesar de lo anterior, no todas las emociones son involuntarias. Si bien las emociones intensas pueden aparecer como respuesta a cambios internos y externos de la vida mental, usted también es capaz de producir una respuesta emocional apropiada según la situación que se le presente. Por ejemplo, usted no pensaría en felicitar a una viuda en un funeral, o de ponerse a llorar durante un espectáculo de comedia. Esto se debe a que la actuación emocional y los comportamientos asociados culturalmente a las emociones se aprenden en la infancia, y determinan en buena medida la realidad simbólica durante la adultez. La realidad simbólica funciona en el nivel de las percepciones irracionales. Según el modelo de Epstein, la mente racional asocia lógicamente las causas y los efectos, pero la mente emocional asocia unas cosas con otras sin orden ni concierto, de manera aparentemente indiscriminada. La percepción de esas similitudes configura la realidad simbólica de cada persona.

La emoción se procesa neurológicamente más rápido que la razón

La explicación de estas emociones voluntarias e involuntarias se encuentra en las etapas más tempranas del desarrollo evolutivo del cerebro humano. Los mamíferos, al igual que sus ancestros evolutivos, desarrollaron una acelerada capacidad de reacción frente al peligro. El cerebro humano evolucionó a partir del tallo encefálico de organismos más primitivos; este tallo es una estructura muy antigua que la especie humana comparte incluso con los reptiles. En algún momento de su evolución, la parte superior del tallo encefálico fue recubierto completamente por el lóbulo olfatorio. De este modo, el aroma de un depredador se volvió claramente reconocible y diferenciable del olor de una posible pareja en cuestión de segundos, lo que podía significar la diferencia entre la vida y la muerte.

El tallo encefálico y el tálamo conforman el complejo sistema límbico, el cual está integrado por anillos (del latín limbus, anillos) olfatorios que recubren y encierran el tallo. Esta estructura es un eficiente recurso evolutivo que le permitió al cerebro recordar y aprender las soluciones que habían funcionado en el pasado (incluso los eventos que no experimentó directamente), así como reconocer los signos de un peligro actual a partir de experiencias anteriores. Se trató de la invención del aprendizaje y la memoria.

“Ser consciente de uno mismo, en suma, es estar atento a los estados internos sin reaccionar ante ellos y sin juzgarlos”.

Pero hace aproximadamente 100 millones de años, los mamíferos desarrollaron una nueva estructura que les permitió planificar sus acciones a largo plazo, así como comprender sus propios sentimientos, en lugar de reaccionar ciegamente ante ellos: el neocórtex. En los seres humanos, esta nueva corteza es la encargada del pensamiento estratégico, la planificación y la supervivencia más allá de lo inmediato. Mientras que el sistema límbico le permitía al cerebro primitivo escapar o luchar frente a la cercanía de un depredador, el neocórtex le permitirá adelantarse a la aparición de este, hacer planes a futuro y aprender de sus propios errores.

Las emociones pueden “secuestrar” el cerebro al tratar de protegerlo.

En la información que comparten el neocórtex y la amígdala está la base de la inteligencia emocional. Aquí se fundamentan, por ejemplo, la vida social, los apegos entre madre e hijo y el compromiso a largo plazo. La amígdala conforma una especie de vigilancia constante del entorno, pues es la encargada de activar la respuesta de lucha o huida al activar una serie de respuestas hormonales y musculares para poner el cuerpo en alerta. En ese sentido, la amígdala es capaz de “secuestrar” el cerebro por completo, pues es capaz de redirigir la atención consciente y la memoria cortical para tratar de encontrar una solución a la emergencia; esto, sin embargo, puede hacer que un evento traumático de su pasado se active cuando una emergencia similar aparece en el presente.

“El hecho de que el cerebro emocional sea muy anterior al racional y que éste sea una derivación de aquél, revela con claridad las auténticas relaciones existentes entre el pensamiento y el sentimiento”.

Esto es posible a través del tálamo, el cual recoge las señales sensoriales provenientes de los ojos y oídos, y las comunica a la amígdala y al neocórtex. Estudios recientes han demostrado que existe una suerte de atajo entre el tálamo y la amígdala, por lo que la información de los sentidos viaja primero a la zona de los recuerdos infantiles e inconscientes, y posteriormente al neocórtex, la zona donde la razón y el pensamiento lógico están más presentes. Esta construcción permite que la amígdala responda incluso antes que el neocórtex frente a los estímulos exteriores, identificando posibles emergencias a través de reacciones internas que usted experimenta en forma de emociones. En otras palabras, usted se forma una primera impresión inconsciente de lo que observa, escucha y recuerda a través de la amígdala, y posteriormente el neocórtex busca una respuesta adecuada y proporcional para cada situación.

La alfabetización emocional es la adquisición de un vocabulario y una disposición para comunicar sus propias emociones.

Los conflictos en el hogar, la escuela, la calle o el lugar de trabajo son inevitables, pero pueden adquirir proporciones colosales y trágicas si los involucrados no son conscientes de las emociones que los atraviesan. Existen diversas formas de identificar las reacciones inconscientes que provienen del tálamo y situarlas en la conciencia del neocórtex para evitar que se salgan de proporción y darles salidas adecuadas culturalmente. La alfabetización emocional desde temprana edad consiste en un entrenamiento que invita a los niños a identificar sus propias emociones mediante un vocabulario especializado, pero simple, que les ayude a adquirir una perspectiva psicológica entre su conciencia y sus emociones, de manera que no se vean abrumados durante un estallido emocional.

Buena parte de los programas de alfabetización emocional se centran en la resolución de conflictos prácticos. Por ejemplo, al pedirle a los participantes que se pongan en el lugar de alguien que enfrenta gran estrés, se fortalece la empatía. A partir de la identificación de emociones muy básicas y generales (como la felicidad y el enojo) se aprende a identificar otras más complejas y específicas (como los celos y la culpa). Atravesar un proceso de alfabetización emocional permite enfrentar mejor los retos de la vida, sin importar la edad en que se realice. Puede hacerse mediante talleres y cursos, o bien con el apoyo de un profesional de la salud mental. Es útil tanto para niños pequeños en edad escolar como para ejecutivos que lidian con grandes cargas de estrés y responsabilidad en su lugar de trabajo.

El desarrollo de habilidades emocionales puede comenzar en cualquier momento de la vida.

Las habilidades emocionales representan lo que antes se llamaba educación moral, y que muchos filósofos desde Aristóteles han nombrado como “carácter”. Aprovechar las emociones de manera productiva le permitirá ser más responsable de usted mismo, concentrarse y prestar mayor atención, evitar los impulsos agresivos e incluso mejorar en su rendimiento académico y laboral. La verdadera inteligencia emocional se establece a partir de la identificación de las emociones que lo atraviesan, así como de poseer las herramientas que le permitan saber retrasar sus intereses e impulsos inmediatos, en favor de los beneficios sociales.

Tome en cuenta que todas estas habilidades se relacionan muy de cerca unas con otras y tienden a formar círculos virtuosos que. Algunas de las habilidades emocionales más importantes son:

Sobre el autor

Daniel Goleman es psicólogo, periodista y escritor de los éxitos de ventas Inteligencia emocional y su continuación, Inteligencia social.

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